sábado, 24 de febrero de 2018

Sobre la importancia


Hoy he escuchado a una niña decir que su madre tenía un trabajo importante. Y es cierto, lo tiene; intuyo que, al menos, garantiza que no le falte de nada y me alegro de corazón por ello. Me ha enternecido su inocencia, esa visión infantil sobre el lejano mundo de los adultos. Como cuando yo era pequeña y me imaginaba que de mayor llevaría traje chaqueta y un maletín, no sé muy bien por qué, si ni siquiera sé andar sobre unos tacones, que es lo que se lleva con un traje. Con el paso del tiempo, resulta que lo que más me gusta hacer es escribir poemas y ver el mar.
Siguiendo con la niña, me hubiera gustado decirle que todos los empleos lo son, importantes, que deberían serlo, para vivir y ser felices al salir cada día de casa, esa casa que no debería costar la vida habitar. Y sí, me he referido a la felicidad, ese concepto que parece relegado a la autoayuda o a una frase en una taza. Llevar una existencia feliz radica en el propósito, ese que te roban cada vez que te explotan. Que hacer reír, por ejemplo, es un buen trabajo, y preparar una habitación de hotel, limpiar un despacho, enseñar en una escuela, aprender urdú para enseñar catalán, coser, cocinar, construir, pulir suelos, pintar, en fin, una lista larguísima. Y que tal vez lo importante de un trabajo debería ser habitarlo sin temor y tener tiempo para ver el mar y escribir poemas (sin miedo a decir algo prohibido), sin miedo a no poder pagar el alquiler, sin salir demasiado triste como para manifestarte si acaso ese trabajo no tiene en cuenta lo importante que eres solo por estar aquí y no te garantiza, no solo lo básico, sino más, para poder vivir.
Me hubiera gustado hablarle de la alienación, del cansancio, del alquiler, de los barrios, y de lo poco importantes que somos cuando ya no trabajamos, cuando llega el momento de vivir de lo sembrado, de ver crecer a los nietos, sin miedo, sin apuros, de recordar con orgullo qué trabajo tan importante llevamos a cabo en nuestra juventud, qué importante es la vida que podemos contemplarla maravillados, a pesar de lo impensable.
Pero no se lo he dicho aunque he escrito esto porque mientras pensaba en ella, nubes negras rugían por todos lados; en el autobús, en la panadería, por las calles. Nubes que sonaban a hijos desempleados y a contratos de alquiler cumplidos. Nubes que empezaron a desencadenar en tormenta de amados viejos luchando en las calles. Y los hijos, y los nietos, importantes, con maletín o escoba, importantes.
Y esa niña me decía que su madre lo tenía, el trabajo importante, aunque en sus ojos, además de la inocencia, he descubierto también un primer atisbo de miedo.

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