El vestíbulo es la
entrada árida
a la oquedad oscura
donde soñamos principios
y nos soltamos las manos
para hallar placer en el
miedo
como el ansioso que
practica el onanismo.
En el largo pasillo
viajamos en el tiempo
y humedades antiguas
mojan nuestros rostros.
Atrás quedó la urgencia
en los hoteles
y cosquillear tu sexo en
un rincón de la calle.
Palpamos con la mirada
las probabilidades cuánticas
que tomará el deseo.
Hay un cierto alivio
en el salón desierto
y un mueble destartalado
nos aterra.
Son las heridas de otro
tiempo en otros cuerpos.
Y nos abrazamos asustados
de nosotros mismos
consolando el yo en el yo
del otro.
Giramos los rostros hacia
el resto de la casa,
la excitación vuelve a
encumbrar la mente.
En la cocina guisaremos
empotrando hortalizas
contra la encimera
y tal vez me atreva a
probar tu guiso
suave,
tierno,
duro,
entre los sonidos a
cacharros del patio de luces
y las gotas de agua
repiqueteando en tu espalda.
Las camas reposan mudas
y un rubor en las
mejillas
me lleva al silencioso
baño,
trinchera previa al
orgasmo.
El eco de nuestros
pensamientos
rebota en las paredes
y, por fin, nos besamos
con las lenguas.
Dos desconocidos
en las posibilidades de
las horas.
Ya los tabiques sudan,
gimen las puertas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario