martes, 30 de agosto de 2016

Agosto, volveré a por ti


Tenía que escribirlo antes de que acabe agosto, para cerrar el círculo, para que las palabras se asienten en el último día, se hagan un hueco en el mullido asiento de la tregua. Ya, ya se, el calor, sí, los mosquitos. Tal vez sea porque nací en agosto y lo primero que respiré al conocer el mundo fue sol; sol a raudales, desnudez y despreocupación, que adoro el calor. Ser una india desde el primer momento, sin patucos, descalza y a la playa. Y ahora, de nuevo se escapó el mes dorado. Trabajar menos para trabajar todos, dice la utopía. Yo quiero peinar elefantes y tostar mis poemas en el barro.

En julio recorrí la ciudad y en agosto una oda a la infancia me devolvió la sal en la piel, el calor compartido, el roce de la ternura bajo el agua fresca. A las personas hipersensibles les cuesta bastante el cambio de estación y el mundo postindustrial no está hecho para ñoñerías. Hay que ser duro, como los gobiernos asesinos, cruel, valiente, fuerte, competitivo. Hay que escalar hacia el triunfo.

Agosto era casa, como en los juegos, eras intocable, stop, mantequilla, a que no me pillas cara de papilla (septiembre). Pero luego llega el síndrome, que es lo que toca; en la vida postmoderna cada cosa tiene un nombre clínico aunque sea mentira. Agosto es la mansedumbre y el descanso del miedo, algo digno de perpetuar.

Por algo será que nadie le escribe al final del invierno. Pero Pancho se queda solo en el pueblo, y el verano azul abandona las plazas. Lo de Chanquete ya es casi macabro.

Tal vez esto sea una oda a la infancia, pero ¿qué es agosto, sino un niño? y cierto es que son bellas todas las estaciones pero ¿quién no ha querido beber el elixir de la eterna inocencia?

Siempre podrás seguir buscando en las estrellas el horizonte imaginado de la vida que deseas. Odio las despedidas. Suerte que mi amor no es de verano y traduce aventuras en cada rayo de sol. Agosto, que derramas tu última gota, volveré a por ti.

jueves, 4 de agosto de 2016

Agosto, pies descalzos

Agosto era pies descalzos y el ruido de cacharros en la cocina al caer la tarde, única hora en que se aguantaba el bochorno.
Piscina y toalla reconfortante tras bañarse hasta tener los labios lilas y ser viejo por los dedos.
Dormir en la hora en que las moscas invadían el patio o leer tebeos que perpetuaran el status quo de la edad en que la guerra era un concepto lejano.

Agosto continuó siendo pies descalzos durante un tiempo largo para ser sustituido por arena en las sandalias y tras unos años regresar. Sentir tierra y sudor y que dormir a cualquier hora no sea perder el tiempo. Darle la mano a Aión y que detenga las noticias de muerte.

Agosto pelo enmarañado para darle una tregua al miedo.

Piel con piel, eternizar la carne y la retina que retiene los destellos del Significado.
El mundo, no obstante, no duerme este sueño y al amparo de un muro calado alguien sonríe desde una fotografía porque hay que olvidar, a veces, para estar sano.
La muerte suena extraña en el televisor entre granos de arroz en el mantel y uno tiene la extrañeza de sentirse ajeno, de querer guarecerse en un enredo de pies de siesta al amparo de una ventana semiabierta.
Permanecer en la cueva de irrealidad, en el no-estar tan necesario. Y desear que en la tele, en lugar de bombas, suene de fondo la melodía de Verano Azul.