miércoles, 6 de julio de 2011

Grito

No justifico ni el abandono ni el regreso. Me encontraba adulterando el orden, en encuentros fugaces con espacios en blanco, que serán nido de ácaros.
En hipervínculos confusos y en soportes de papel que no agotan tanto la vista.
En el otro lado, donde es más difícil gritar, los insectos no ponen sus huevos, pero el grito pierde contundencia.
Soledad. Manida palabra de poetas y de viejos. No expresa ni por asomo el alcance de su mano, en el tiempo, el espacio, y en una cama de dimensiones cada vez más pequeñas.

jueves, 26 de mayo de 2011

Coleccionista de rosas

Pides que venga un ángel, constantemente, porque dicen que todos tenemos uno.
Y viene, eso es cierto.

Y se materializa en rosas. Rosas de trece años de Diadas; una coincidencia numérica nada revolucionaria. Trece rosas libertarias bajo amor condicionado. Y después, un piso con rosas por todos los rincones. Rosas de amor. Rosas rojas.
Más tarde la decadencia del amor pasión, ese que mata, se transmutó en rosas azules, amarillas, blancas, de amistad, de fraternidad. No al modo pacifista, sino paternalista, de consuelo de la hija única que se quedó sin amor.

Otras más vinieron después. Y en ocasiones no las vi.

La última que se ha unido a mi tétrica colección es una rosa blanca, de la última partida revolucionaria. Aún fresca, pero blanda.
La acabo de cortar y he sangrado.

Rosas secas, decorativas, conmemorativas.

Son solo rosas marchitas, y esa es la verdad.

¿Y el ángel? Creo que se ha marchado.

domingo, 1 de mayo de 2011

Divagación principesca

     Un día quise ser princesa.

Mejor:

     Un día quise casarme con un príncipe.

     - Con uno de verdad, con casa real y familiares de extraña genética.

    Era guapo, porque nunca ninguna inclemencia lo suficientemente eterna, ni externa, había arañado su piel. Amén de una memoria celular bastante limpia era un príncipe muy aburrido. Pero eso no importaba; en un palacio hay muchas cosas para entretenerse.

     Cuando era joven pensaba que ser princesa sería duro para alguien como yo (una revolucionaria, amante del pensamiento crítico y el amor-pasión).
     Pero no existe frustración en estas palabras, aunque lo parezca. Yo aspiro a llegar cansada a la noche. Una princesa toma somníferos porque no hay nada tan aburrido como compartir cama con un príncipe.

     A todo esto, aburrida, me descubrí mirando a hurtadillas un vestido muy caro.  Era blanco y de un tejido imposible. Me lo probé, y si no llega a ser por los guardias, me habría caído redonda al suelo.

     Mi débil corazón de princesa no aguantó tanta presión.
Tras tanta barricada, y muy pocas noches de zapato de tacón, esta súbdita ciudadana, tuvo miedo.


     Así que decidí pasar a otra cosa.
Ahora quería saber qué se sentía cuando te beatificaban.

jueves, 14 de abril de 2011

Tangos de madriguera

Aquella noche decidió acabar con la maldición.

Llegaría a casa, prepararía la cena con la pasión de un tango, y aderezaría la ensalada con especias de Oriente. Y siguiendo descalza ese ritmo lánguido y convencido, se adentraría en su habitación a escribir.
Era la hora de las cartas de amor, de los pergaminos con pluma, del mensaje en una flecha o la linterna intermitente.
Iba a vivir como un árbol, o un vencejo, o como ambos.
-Apaga y vámonos -se dijo.
Apagó el candil y, flotando en su bicicleta, regresó a casa.
-Vivir al ritmo de la vida -se repetía.

Desde que se fue la luz había alternadores por todos lados, y trabajadores pedaleando para que a nadie le faltara ese bien ansiado. Pero la especie humana seguía dividida entre el que copula y el que limpia la madriguera.

Llegó a casa. Se olvidó del tango, de las especias, del candil.

Leyó una frase de Pablo Neruda.
Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y esa, solo esa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.